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Mercosur- UE: ¡más vale tarde que nunca!

La clave: 
  • El 6 de diciembre, el Mercado Común del Sur (Mercosur) y la Unión Europea (UE) cerraron su acuerdo de asociación o de libre comercio plus, un cuarto siglo después de iniciar las negociaciones.
  • En 1999, la UE era el primer socio comercial y el principal inversionista en el Mercosur; en la actualidad, 25 años después de infructíferas negociaciones, la UE ha perdido espacio ante China y Estados Unidos (EE.UU.), siendo ahora el tercer socio económico-comercial de la región.

EE.UU. ha logrado mantener su posición competitiva en base a unas relaciones económicas fundamentadas en la fortaleza y sostenibilidad de intercambios comerciales y de inversiones directas en empresas de los sectores industriales y de servicios.

China, a su vez, ha pasado a ocupar el primer puesto que antes correspondía a los países de la UE, ampliando sus relaciones tanto comercial como empresarial, a partir de una estrategia pragmática en lo económico y en lo político. Además, en los últimos años, está profundizando sus relaciones financieras, concediendo préstamos billonarios a los países más endeudados de la región. China ofreció también créditos en yuan (tratando de sustituir el dólar como instrumento monetario, lo que ha generado amenazas del presidente electo de EE.UU., Donald Trump) y sin exigir condicionalidades en términos de política económicas, sociales, ambientales o reformas estructurales. Las relaciones con el gigante asiático, sin embargo, han profundizado las debilidades estructurales de la región sudamericana y, sobre todo, de los países con actividad económica industrial, como Brasil y Argentina.

En estos 25 años, la estructura de las exportaciones de los países del Mercosur ha cambiado, pasando de una región exportadora de bienes industriales a un bloque con exportaciones concentradas en mercancías de bajo valor añadido, como las materias primas y la agropecuaria. El Mercosur vende a China fundamentalmente commodities e importa bienes industriales. Esa estructura produce efectos negativos para la sostenibilidad del desarrollo socioeconómico a largo plazo, acelera el proceso de desindustrialización o reprimarización de la estructura económica, lo que incrementó su dependencia internacional, agudizando los desequilibrios en las cuentas externas y la necesidad de financiación de unos países con problemas fiscales crónicos.

En 1999, y otra vez en 2019, el acuerdo entre el Mercosur y la UE no se llegó a concluir del todo por los motivos que ahora los países parecen haber logrado superar, aunque no con total consenso, a causa de los ruidos que la cuestión agropecuaria sigue provocando en Europa. Todo indica que hubo un esfuerzo de flexibilización de ambas partes. Desde el lado de la UE, se han tratado cuestiones como las compras públicas (por parte del Mercosur-Brasil y de la UE), ampliación de los plazos de apertura del sector automovilístico, incluso la aceptación de un mecanismo de compensación de futuras medidas unilaterales de la UE (resolución de controversia y reequilibrio); por el lado del Mercosur, se ha aceptado cuotas agropecuarias más modestas, el reconocimiento de las denominaciones geográficas, un instrumento específico en el ámbito medioambiental y la importancia a las implicaciones el comercio internacional para el desarrollo sustentable. Todo ello pone de manifiesto el enorme esfuerzo que han realizado ambas partes.

Mas allá del nuevo contexto geopolítico, con cierto componente coyuntural, es importante no obviar las implicaciones socioeconómicas a largo plazo, de este nuevo capítulo de la relación UE – Mercosur. Todo acuerdo económico internacional tiene ganadores y perdedores. El secreto para que perdure a largo plazo es crear mecanismos de compensación, como se ha hecho de forma muy eficiente en la construcción de la UE. Ese nuevo acuerdo no crea específicamente mecanismos de compensación como los fondos estructurales europeos. Sin embargo, se puede ser optimista, puesto que han tratado de establecer instrumentos novedosos de salvaguardia y reequilibrio, es decir, la creación de un mecanismo de para evitar que medidas unilaterales de las partes tomadas posteriormente a la firma de este acuerdo puedan comprometer las concesiones comerciales negociadas y desequilibrar el resultado del acuerdo, como, por ejemplo, las cuotas a diferentes productos agropecuarios.

Sin embargo, la historia reciente ha mostrado que los acuerdos de libre comercio internacionales necesitan crecimiento económico y expansión de la actividad productiva en general para que resulte económica y políticamente exitoso. En épocas de crisis, los problemas internos se vuelven políticamente más decisivos que las cuestiones económicas internacionales. Todo caso, como se sabe, el acuerdo todavía debe ser aprobado por todos los Estados Miembros de la UE. Francia, que siempre ha manifestado su recelo por la cuestión agro, no parece favorable a la firma del acuerdo, así como otros países, como Austria, Irlanda e Italia que también tienen reservas.

Aunque la sensación es que el acuerdo llegó tarde, ¡más vale tarde que nunca! La UE necesita pensar estratégicamente su papel en el ajedrez geopolítico actual y el tipo de relaciones internacionales que quiere construir con América Latina y con el Mercosur. No puede seguir improvisando ni tener una actuación reactiva a los acontecimientos (China y Trump). No puede perder la iniciativa, como lo ha hecho a lo largo de estos 25 años. La pérdida de su posición de influencia en el Mercosur a lo largo de estos años es un reflejo de lo le ha pasado en el escenario internacional.

Los países del Mercosur tienen una clara vocación europea, sus raíces latinas se manifiestan en sus instituciones, en sus valores democráticos, en la defensa de la igualdad y la inclusión social, en la búsqueda de relaciones pacíficas y justas. Eso es una ventaja comparativa para la UE. Un Mercosur estable y económicamente dinámico es una excelente oportunidad no sólo para las empresas europeas sino también para la consolidación de los ideales europeos de defensa de la democracia y la igualdad social. La UE necesita crear un espacio de relación socioeconómica win-win con la región. Me temo que sólo la creación de un área de libre comercio, con cierta preocupación ambiental y social no sea suficiente para recuperar el espacio perdido en estos 25 años. Quedarse estancado en la cuestión agropecuaria es del siglo pasado; son los valores que construyeron la propia idea de Europa que quizás están en juego.

 

Fuente: Julimar da Silva Bichara, Dpto de Estructura Económica y Economía del Desarrollo de la Universidad Autónoma de Madrid

Foto: hanson-lu-unsplash

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