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¿Necesita la economía europea más estímulos?

La magnitud del plan de gasto del presidente Joe Biden significa que la economía estadounidense va a recuperarse mucho más rápido que la europea. Sin embargo, en muchos aspectos, es la economía de Europa la que necesita más estímulos.

En Estados Unidos está desarrollándose un gran experimento macroeconómico. El paquete fiscal de 1,9 billones de dólares aprobado por el Congreso en marzo se suma al de 900.000 millones aprobado en diciembre, lo que supone un gasto total de 2,8 billones de dólares. Además, el gobierno de Joe Biden planea invertir otros 3 billones más en infraestructuras y educación (aunque esta cantidad se financiará en parte con subidas de impuestos). Esos 2,8 billones de dólares no son en su totalidad estímulos a corto plazo; gran parte de ese dinero consiste en medidas que son mecanismos habituales de un Estado de bienestar europeo, como subsidios complementarios para que las familias puedan pagar los recibos mientras duren las restricciones por la COVID-19. Pero, en conjunto, se trata de un enorme aumento del gasto público financiado mediante deuda en EE UU, que seguramente impulsará el crecimiento en 2021.

El plan Biden tiene sus detractores, incluso en la parte progresista del espectro político. Larry Summers, antiguo secretario del Tesoro durante la presidencia de Bill Clinton, alega que aumentará la inflación, porque el gasto público será el doble de la brecha de producción de este año, un criterio habitual pero controvertido para medir hasta qué punto una economía está funcionando por debajo de su capacidad.

Los que defienden el paquete de estímulos de Biden insisten en que se necesita un gran gasto porque la prestación complementaria ayudará sobre todo a personas que han visto su situación económica gravemente perjudicada por la pandemia. Además, la economía estadounidense es mucho más pequeña de lo que se predecía hace una década, por lo que no está claro cuál es su verdadera capacidad. Su potencial podría ser bastante mayor de lo que indica el criterio de la brecha de producción, lo que reduciría la presión al alza sobre los salarios y el riesgo de una inflación disparada. Desde el punto de vista económico, es evidente que es mucho más arriesgado quedarse cortos que pasarse: la Reserva Federal siempre puede endurecer la política monetaria si la generosidad del gobierno desencadena un boom inflacionario, mientras que un crecimiento lento y una inflación baja pueden convertirse en una trampa, como demuestran los últimos 10 años en Europa.

La OCDE calcula que, en 2021, el crecimiento en Estados Unidos será del 6,5%, frente al 3,9% de la eurozona. Se prevé que ambos estén en torno al 4% en 2022. Eso quiere decir que, al terminar este año, se estima que EE UU habrá vuelto al nivel de producción que había previsto la OCDE antes de que estallara la COVID-19, mientras que la economía de la eurozona se contraerá un 4%.

Hay dos motivos por los que la recuperación será más lenta en Europa. El primero, que la campaña de vacunas en el continente avanza aproximadamente seis semanas por detrás de EE UU. A finales de marzo, la UE ha administrado 13 dosis por cada 100 personas, según la web Our World in Data; EE UU superó esa cifra el 10 de febrero. Seis semanas no es una diferencia insalvable, pero existen fuertes indicios de que una nueva ola va golpear Europa de nuevo, y las variantes británica y surafricana del virus pueden obligar a los gobiernos a imponer, para contenerlas, cierres más duros, más largos y, por tanto, más costosos.

El segundo motivo es de política económica. La UE y los Estados miembros tuvieron un buen comienzo durante la pandemia, al permitir que actuaran unos “estabilizadores automáticos” cuantiosos y añadiendo o ampliando planes para mantener a los trabajadores en sus puestos de trabajo, suministrar ayudas complementarias y proporcionar liquidez a las empresas. Además, el fondo de recuperación de la UE, de 750.000 millones de euros financiados mediante deuda, aumentará el gasto inversor en los próximos años (pese a que no suponga un gran gasto adicional este año). Pero ahora son los gobiernos nacionales —algunos de ellos muy endeudados y en peligro de no cumplir las reglas fiscales europeas en el futuro— los que deben estimular más sus respectivas economías. En cierto sentido, Europa necesita los estímulos más que EE UU; sin embargo, los planes actuales de sus gobiernos indican que van a hacer mucho menos que el gobierno de Biden.

Veamos el ejemplo de la deuda de las empresas, que acabará siendo mucho más elevada después de la pandemia. Las empresas sobreendeudadas pueden ser un lastre para el crecimiento si reducen las inversiones y los costes para pagar a sus acreedores. La deuda empresarial tiende a ser mayor en Estados Unidos que en la eurozona, pero las empresas estadounidenses, en general, suelen ser más grandes que las europeas y tienen acceso a unos mercados de capitales más profundos, además de que los procedimientos de bancarrota suelen ser más rápidos, por lo que la existencia de más deuda empresarial no es un problema tan grave. La formación bruta de capital fijo —una forma general de medir la inversión— creció en EE UU solo el 0,7% anual entre 2016 y 2019, un ritmo que, con ciertas oscilaciones trimestrales imprevistas, se mantuvo en 2020. En la eurozona, por el contrario, se contrajo un 0,8% anual entre 2016 y 2019 y un 1,6% en 2020. Este dato es un mal augurio para la recuperación, ya que la deuda empresarial, incrementada debido a la pandemia, está frenando la contratación y la inversión más en Europa que en Estados Unidos.

En cambio, la economía de los hogares presenta un aspecto similar a los dos lados del Atlántico. Tanto en EE UU como en Europa, los costes financieros de la COVID-19 han golpeado sobre todo a los trabajadores con menos ingresos, que en muchos casos se han visto sometidos a un ERTE o se han quedado sin empleo. Las personas empleadas en oficinas han podido ahorrar más gracias a que han tenido menos oportunidades de gastar dinero. Con suerte, quizá haya un derroche gastador—en vacaciones, comidas y espectáculos— cuando se levanten las restricciones que pueda permitir enseguida la recontratación de trabajadores en el sector de la hostelería. Los datos de ambos lados del Atlántico indican que se consumirá una buena parte de la riqueza acumulada por las familias: en torno al 10-15%. Pero no parece probable que se vaya a recuperar todo el consumo anterior a los periodos de confinamiento, y las encuestas dan a entender que la mayoría de la gente está pensando en pagar sus deudas o mantener un mayor volumen de ahorro.

No obstante, al comenzar la pandemia, la economía europea estaba en un equilibrio entre baja inflación y bajo crecimiento y es muy posible que vuelva a ese estado sin estímulos fiscales agresivos. Las perspectivas de inflación de la eurozona son débiles, igual que antes de la pandemia. Los inversores y los organismos oficiales no creen que el gasto de los consumidores vaya a cubrir rápidamente el desfase entre la demanda agregada y la capacidad de oferta de la economía cuando se levanten las restricciones. Por el contrario, las expectativas de inflación a largo plazo en Estados Unidos están firmemente ancladas en el objetivo de inflación, en parte gracias al paquete de estímulos de Biden.

Por todo ello, los gobiernos europeos deben introducir suficientes estímulos fiscales para devolver a la economía su potencial productivo, y el BCE tiene que seguir indicando que, en caso de un brote inflacionario, no reaccionará con una política más estricta (mientras considere que el aumento de la inflación es temporal). Teniendo en cuenta el balance de riesgos, merece la pena comprobar hasta qué punto la economía puede hacer frente a un mayor gasto sin que la inflación se dispare. Quizá se sorprendan los responsables políticos, dado que antes de la pandemia los índices de desempleo en Alemania, los Países Bajos, Gran Bretaña y otros lugares del norte de Europa habían caído a niveles muy bajos sin generar subidas salariales ni, por tanto, inflación. Y el fondo de recuperación, si se gasta como es debido, debería contribuir a ampliar la capacidad de oferta de la economía europea.

Si resulta que se abusa de la política fiscal y el BCE considera que las perspectivas de inflación a largo plazo son demasiado elevadas, bastará recurrir a los instrumentos habituales del banco central para enfriar la economía. Se puede aplicar la expansión cuantitativa despacio y de forma metódica, con la venta de bonos del Estado por parte del BCE al sector privado, lo que aumentará los tipos de interés en toda la economía. Y también se pueden subir los tipos de interés a corto plazo. Con los riesgos existentes —en especial, la absoluta necesidad de evitar otra década perdida de estancamiento económico e inestabilidad política—,  los europeos deben abrir el grifo fiscal y gastar a lo grande como Biden.

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