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La enfermedad europea: Alemania entra en la espiral de la deuda

La clave: 

  • Alemania está camino de perder su reputación de Estado fiscalmente responsable. Mediante un gasto descontrolado, el gobierno federal está llevando al país a aguas turbulentas. 

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El jueves, el Handelsblatt informó sobre un nuevo déficit presupuestario. Para 2029, se prevé que la deuda adicional, previamente no financiada, aumente de 144 000 millones de euros a 150 000 millones, según varias fuentes gubernamentales . Esta deuda no forma parte de la deuda federal prevista, sino que se suma a ella. Recientemente, la coalición acordó adelantar a 2027 el complemento de pensión previsto para madres, lo que añadiría 4500 millones de euros adicionales al gasto.

Hay que decirlo con claridad: bajo el canciller Friedrich Merz, Alemania ha abandonado sus últimos esfuerzos de seriedad fiscal y un presupuesto conservador. Los costes del consenso político de una coalición inestable, diseñada para evitar conflictos, recaen sobre los contribuyentes.

Un accidente predecible

Estas cifras ya son alarmantes, pero aún nos encontramos en la calma que precede a la tormenta. En 2025, se prevé que el ratio de deuda neta nueva alcance el 3,2 % del PIB. Esto incluye aproximadamente 82 000 millones de euros en nueva deuda federal, 15 000 millones de euros en préstamos adicionales de estados y municipios, y unos 37 000 millones de euros en «fondos especiales» federales (deuda en la sombra extrapresupuestaria).

Este pronóstico se desmoronará en cuanto la economía alemana se hunda más en la recesión. El aumento del desempleo y la caída de la recaudación fiscal ejercerán una mayor presión sobre el presupuesto federal y los fondos de bienestar social. Si bien los políticos aún se sienten seguros con una deuda pública del 63 % del PIB, una vez que se incluye el programa de deuda de 1 billón de euros del gobierno de Merz, los niveles de deuda podrían superar el 90 % del PIB para finales de la década.

Alemania practica ahora una política fiscal desconocida para la mayoría de sus ciudadanos. Han llegado los hábitos mediterráneos, pero no en forma de buen tiempo, sino de mala gestión de las finanzas públicas.

Los ingresos fiscales ya no pueden cubrir las carencias

En una muestra de arrogancia sin precedentes, la política alemana ha mantenido su estado de bienestar expuesto a la pobreza impulsada por la migración durante la última década, lo que ha provocado un caos no solo fiscal, sino también cultural y económico. A esto se suma el envejecimiento de la población y una crisis económica autoinfligida. Todo apunta al desastre en el sistema de bienestar.

Para 2025, se prevé un déficit combinado de más de 55 000 millones de euros, principalmente en el seguro médico obligatorio, que registrará un déficit récord de casi 47 000 millones de euros. El seguro de dependencia añade 1600 millones de euros más en pérdidas, y el fondo de pensiones se enfrenta a un déficit de aproximadamente 7000 millones de euros.

El modelo de bienestar alemán, que en su día se promocionó como un sistema “apto para las generaciones futuras”, se ha convertido en un pozo sin fondo. Rescates federales, préstamos de emergencia y contribuciones cada vez más elevadas caracterizan ahora a un estado social que entra en una fase temprana de colapso.

Vae victis  —¡ay de los vencidos!— y benditos sean quienes previeron este descenso y tuvieron los medios para escapar de la trampa del estado de bienestar. La factura ahora la pagan los trabajadores que sufren en silencio: los héroes que absorben las consecuencias de las imprudentes políticas de deuda con su trabajo y su tiempo perdido.

La política social actual es, ante todo, un taller de reparación de los daños causados por el intervencionismo político. En un intento por integrar un pegamento social artificial en la sociedad, la participación del Estado en el PIB ha aumentado al 50 %. A pesar de las enormes subidas de impuestos —pensemos en los impuestos sobre el CO2, los peajes, los impuestos sobre la propiedad y la progresión del frío—, la brecha entre el gasto público y los ingresos fiscales reales sigue ensanchándose.

Desde antes del confinamiento, el gasto público ha aumentado alrededor de un tercio, mientras que la recaudación fiscal real solo ha aumentado un 14 %. Incluso un analfabeto económico podría deducir que este desajuste requiere una corrección estructural urgente.

La encrucijada que se avecina

Pero no hay señales de retirada en Berlín. La competencia política entre los partidos estatistas, incluida la CDU, solo produce un resultado: mayores presupuestos sociales, promesas interminables de prestaciones sociales y una mayor intervención en la economía.

Con una lealtad dogmática a la política climática y a la ideología de fronteras abiertas, el Estado alemán se tambalea ciegamente hacia una encrucijada. Las crisis presupuestarias no se pueden predecir: llegan cuando los gobiernos pierden la capacidad de endeudarse en los mercados de capitales. Como dijo Hemingway sobre la bancarrota: «Primero lentamente, luego de repente».

Una vez que llega ese momento —cuando los mercados de bonos dicen no—, una sociedad se enfrenta a dos caminos: el estatismo total o el liberalismo económico radical. En el primero, tanto los mercados energéticos como los de capitales quedan bajo control estatal, a medida que la gestión económica se vuelve autoritaria. Este es el camino que sigue Alemania actualmente.

La alternativa es la que Argentina ha elegido bajo la presidencia de Javier Milei, simbolizada por su ahora famosa motosierra. Esa ruta regresa a una civilización basada en un gobierno limitado, confinado a proteger la seguridad interna y externa.

Europa como laboratorio

Nos guste o no, todos formamos parte de un vasto experimento social. La pregunta es: ¿Podrá Europa abandonar su socialismo degenerativo —la ideología que tanto daño ha causado al continente y al mundo— o volveremos a caer en patrones infantiles, rechazando las reformas por miedo y sentimentalismo?

El debate presupuestario y la parálisis política en Francia ofrecen un anticipo de nuestro futuro. La cuota estatal francesa ha ascendido al 57 %. Sus políticas de apertura de fronteras han fracasado. Su desmesurado estado del bienestar ha vuelto al país ingobernable.

Todo esto culmina en una crisis gubernamental permanente, lo que se traduce en un colapso de la confianza pública. La volatilidad económica, reprimida durante mucho tiempo por el estado de bienestar, ahora estalla en forma de malestar social en las calles.

 

Fuentes: Thomas Kolbe, Zerohedge

Foto:  sara-kurfess-unsplash

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