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el gas para Europa, ¿una nueva guerra fría?

En Canal ATEGI tenemos información semanal de cómo evoluciona el mercado de la energía. Junto a estos contenidos de corto plazo y para complementarlos, incluimos también tendencias  y cuestiones más globales que pueden afectar al sector en el medio largo plazo.

Precisamente una de ellas es el Nord Stream 2, un nuevo gaseoducto que conecta directamente Rusia con Alemania, y que está generando tensiones importantes a escala global entre USA y Rusia e internas, en el seno de la UE.

Para ilustrarlo nos ha parecido especialmente interesante el artículo de Juan Palop publicado en esglobal.

 

¿Qué supone para los actores implicados, directa e indirectamente, la creación de un nuevo gaseoducto que conecta directamente Rusia con Alemania a través del Báltico?

Los Estados Unidos de Trump tienden a embarrar más de lo habitual las cuestiones geopolíticas con los asuntos meramente comerciales. Y su disputa con Rusia por el dominio del mercado del gas no es una excepción. Con Europa como campo de batalla de esta nueva «guerra fría», ambas potencias se enfrentan en un conflicto de múltiples aristas que pasa por Polonia, el Báltico y Ucrania, pero que se juega de forma decisiva en Alemania, donde Berlín está de nuevo anteponiendo sus intereses económicos a los políticos. Por el camino, como es frecuente en estas disputas internacionales, la Unión Europea aparece como una de las principales perjudicadas, incapaz de hablar con una única voz.

 

¿Qué es el Nord Stream 2?

El Nord Stream 2 está en el corazón de esta nueva guerra fría. Se trata de un gasoducto que va a unir directamente Rusia y Alemania a través del mar Báltico. Sus 1.230 kilómetros -de los que quedan menos de 200 por completar- corren paralelos a los del Nord Stream 1, una conducción que se puso en marcha en 2011 y funciona desde el año pasado a pleno rendimiento. Se estima que la construcción del Nord Stream 2 va a costar unos 9.500 millones de euros.

Al frente de este macroproyecto está Gazprom, la gasista estatal rusa. Pero no está sola. También participan como inversores financieros los grupos energéticos alemanes Uniper y Wintershall, la austriaca OMV, la francesa Engie y el gigante anglo-holandés Shell.

El Solitaire, uno de los cinco barcos capaces de realizar este trabajo en todo el mundo, encaja y lleva hasta el lecho marino los tubos (de 12 metros de longitud y 24 toneladas cada uno) que conforman el gasoducto. Con sus 300 metros de eslora y más de 50.000 caballos de potencia, avanza unos tres kilómetros al día. Y podría culminar su trabajo a principios del año que viene. Si la política no se interpone en su camino. Porque Estados Unidos podría imponer sanciones y detener de forma fulminante el proyecto en cualquier momento. Según el diario Bild, la decisión podría incluirse como un anexo en la ley del presupuesto de Defensa del año que viene, que se aprobará antes de Navidades. El presidente Donald Trump ha dejado bien claro que detesta la iniciativa.

 

¿Quiénes están en contra el proyecto?

El principal crítico del Nord Stream 2 es Estados Unidos. Trump ha denunciado que el gasoducto convierte a Alemania en «rehén» de Rusia. Su secretario de Estado, Mike Pompeo, ha asegurado que el proyecto es una «amenaza» para la seguridad energética y la estabilidad de Europa, que puede caer «víctima» de Moscú. Más reciente, el presidente ha calificado el Nord Stream 2 como «problema» durante la conferencia bilateral con la canciller alemana en la Cumbre de la OTAN.

Pero tras esta retórica geopolítica hay importantes intereses económicos y comerciales (algo que la Administración Trump tampoco ha tratado de ocultar). Miles de millones de dólares en juego. Gracias a la revolución del fracking, Estados Unidos va a convertirse en el tercer mayor exportador del mundo de gas licuado (LNG), por detrás tan sólo de Catar y Australia. El Gobierno estadounidense está convencido de que esta fuente de energía puede ser determinante en su apuesta por reducir de forma drástica su déficit comercial con socios clave, como es el caso de Alemania. El aumento de la oferta es clave para Washington, porque así puede lograr rebajar el precio del LNG, algo superior al del gas natural comprimido (CNG) de los gasoductos rusos, y mejorar su competitividad en el mercado europeo.

Estados Unidos no está solo en sus críticas. Varios países de Europa del Este están decididamente en contra del Nord Stream 2. Polonia ha sido el más articulado en sus invectivas contra el proyecto y contra Alemania. También los tres bálticos -que dependen casi totalmente del gas ruso- han expresado sus reticencias; al igual que varios nórdicos, que no comparten la decisión alemana. En muchos de ellos late una gran desconfianza hacia Moscú, tras -en algunos casos- décadas de dominio soviético y el aldabonazo que supuso la anexión ilegal de Crimea en 2014. Pero sus posicionamientos no son tampoco ajenos a lo económico.

Washington ya ha entablado contacto con varios de ellos. Con Polonia suscribió un acuerdo en 2017 para llevar nueve buques al año durante un lustro a la planta regasificadora de Swinoujscie, levantada exclusivamente para este propósito. Varsovia desea ampliar la red de gasoductos en el este de Europa y convertirse en centro distribuidor de la región (lo que le reportaría ingresos vía tasas de paso). Los bálticos, por su parte, han interconectado sus redes de suministro y cuentan con una planta regasificadora en Klaipėda (Lituania) y un gran almacén en Inčukalns (Letonia). Los presidentes de los tres países se entrevistaron conjuntamente con Trump en 2018 y el suministro de gas fue uno de los temas claves del encuentro.

 

¿Cuál es la postura de Berlín?

Alemania está en el centro de la polémica. Y su posición es delicada en el mejor de los casos. O abiertamente contradictoria. Su gobierno, con la canciller Angela Merkel a la cabeza, ha reiterado que el Nord Stream 2 es un proyecto «puramente económico». Que para Alemania es importante asegurar su suministro de gas natural desde el punto de vista económico, pero también desde el medioambiental, pues considera el gas ruso una «fuente de energía puente» desde el mix actual, con un importante porcentaje de combustibles fósiles muy contaminantes, a un futuro neutro en emisiones de CO2 basado en las renovables. Además, ha subrayado que el gasoducto no es para beneficio exclusivo de su país, sino de toda Europa.

Ante las acusaciones de Trump, Merkel ha asegurado que Berlín toma sus decisiones «de forma independiente». El presidente de Estados Unidos aseguró que «el 70%» de Alemania está controlado por gas ruso, cuando la tasa real es del 45% (es el primer suministrador, por delante de Holanda -29%- y Noruega -21%-). El gas natural, además, solo representa el 7% de las necesidades energéticas de la primera economía europea. Hace una década suponía el 15%.

El Gobierno alemán argumenta, para justificar el proyecto desde el punto de vista económico, que el Nord Stream 1 funciona ya a pleno rendimiento desde el año pasado (con un tránsito anual de 55.000 millones de metros cúbicos). Además, apunta que, mientras se estima que la demanda europea de gas se va a mantener estable, se prevé que la oferta en Europa caiga por el desmantelamiento de la producción holandesa y las dudas sobre la británica. Uniper -uno de los inversores en el Nord Stream 2- ha advertido que Europa podría sufrir un «serio» problema de desabastecimiento en la próxima década si no toma medidas. Otros expertos dudan de la necesidad de abrir esta infraestructura. Un estudio del think tank Bruegel estimó que la actual red europea de gasoductos opera al 60% de su capacidad, por lo que sería innecesario abrir el Nord Stream 2.

Berlín, ante la presión de la Administración Trump, ha tratado de buscar una posición intermedia y optado por cofinanciar la construcción de la primera planta regasificadora de Alemania en Wilhelmshaven, en el mar del Norte, que entrará en servicio en 2022. Allí podrían atracar los metaneros estadounidenses, los gigantescos mercantes transatlánticos que transportan el LNG. Aunque es poco probable que este paso calme a Washington, que no admite equidistancias. Además, Merkel ha tenido finalmente que reconocer que el proyecto tiene también una «dimensión política» en relación con Ucrania y se ha comprometido a no dejar a Kiev en la estacada.

 

¿Cómo afecta a Ucrania el Nord Stream 2?

Ucrania es un punto clave en toda esta disputa. Por varias cuestiones. La principal es que, una vez que entre en funcionamiento el Nord Stream 2, gran parte del gas ruso que pasa por su territorio rumbo al resto de Europa (y especialmente a Alemania y Austria) no tendrá que discurrir por el pasillo ucraniano. Según una estimación del Centro para la Reforma Europea (CER), Kiev dejará de embolsarse anualmente unos 1.800 millones de euros al año en concepto de impuestos de paso del gas. El 2% de su producto interior bruto (PIB). Resulta difícilmente explicable que Berlín, uno de los principales valedores de Ucrania frente a Rusia por el conflicto en el este del país, le propine a Kiev este golpe bajo.

Para Rusia, supone una doble victoria frente a Ucrania. Por un lado, debilita financieramente a Kiev, que atraviesa de por sí serias dificultades económicas, está intervenido por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y mantiene un costoso conflicto en sus dos provincias más orientales con los rebeldes apoyados logística y financieramente por Moscú. Por otro lado, le ahorra a Moscú el pago de tasas de paso de su gas para Alemania (porque fluirá directamente por el Nord Stream 2 hasta el cliente final).

Es además una baza extra para el Kremlin, que está renegociando ahora con Kiev las condiciones del paso de su gas a partir del próximo año. Su posición negociadora se fortalece frente a la ucraniana si el Nord Stream 2 entra en funcionamiento (y puede forzar a la baja los precios). Pero si se aplican las sanciones estadounidenses y se paraliza la construcción de esta infraestructura, Kiev estaría en una posición inmejorable para negociar con Moscú, porque el pasillo ucraniano sería vital para que Rusia pudiera seguir cumpliendo con las obligaciones contractuales que ha firmado con sus clientes en Europa occidental.

 

¿Por qué es la UE una víctima colateral?

La UE se mostró unida tras la anexión ilegal rusa de la península ucraniana de Crimea. Criticó la acción militar, se negó a reconocer el cambio de soberanía e impuso sanciones a Moscú. Entonces se empezó a hablar de la necesidad de reducir la dependencia europea del gas ruso -dada la creciente hostilidad del Kremlin- e incluso se acarició la idea de desarrollar una «unión de la energía», un mercado energético común, para garantizar conjuntamente la seguridad de suministro de todos sus miembros.

Hasta que Alemania se descolgó. Merkel dejó de apoyar esta iniciativa -que quedó finalmente aparcada- y respaldó la construcción del Nord Stream 2, pese a no evitar en ningún momento resaltar las crecientes diferencias que mantiene con el presidente ruso, Vladímir Putin, en diferentes asuntos de la actualidad internacional, de Ucrania a Siria. Como queriendo deslindar completamente la distancia política de las relaciones económicas y comerciales.

La división se ha enquistado desde entonces, lastrando la pegada comunitaria. Alemania y Austria contra casi todos. El Parlamento Europeo se ha posicionado en contra del proyecto y la Comisión Europea (CE) ha advertido de las consecuencias de aumentar la dependencia europea de la energía rusa. La CE de Jean-Claude Juncker, sin embargo, evitó dar pasos directamente en contra de Berlín (tras meses de negociaciones). Finalmente, indicó que no podía actuar contra una iniciativa privada que estaba fuera del territorio europeo y recomendó una reforma legal para evitar proyectos similares en el futuro.

 

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