Skip to main content

El precio del acero, ¿burbuja especulativa?

Esta vez le ha tocado al acero. ¿Se trata sólo de un tentáculo más de ese monstruo de todo el dinero insuflado en el sistema por los tipos ultra-bajos Todos los operadores saben que esa liquidez masiva anda deambulando por el sistema huérfano, y buscando desesperadamente un destino en el que arañar una rentabilidad que resulta exigua en otras inversiones tradicionales.

El hecho es que los precios del acero están por las nubes. Y que los precios de una materia prima tan fundamental para numerosos sectores económicos estén tan por las nubes no es precisamente una buena noticia, especialmente cuando no hay fundamento sostenible para semejante escalada. Además, para economías como la española, fuertemente dependiente del acero, esto son doblemente malas noticias. Y es que en España una parte muy importante de la industria nacional vive de vender acero sobre cuatro ruedas.

Las burbujas, una larga historia de las páginas de fondo más negro en los anales económicos…

Las burbujas son susceptibles de ocurrir en muchos rincones del planeta económico. De hecho, en la práctica pueden tener lugar en cualquier servicio o producto que se precie (nunca mejor dicho), y, por cierto, también en los que ha de tener capacidad de influencia la otra segunda gran variable que contribuye decisoriamente a inflar cualquier burbuja: la codicia y la ambición humana de algunas naturalezas. Y es que es en estos procesos “burbujiles” cuando esas “otras” naturalezas acaban por contagiar a una masa crítica de sus conciudadanos suficiente como para llevar la locura hasta allá donde llegue el dinero y las ganas de enriquecerse; eso sí, sin esfuerzo y persiguiendo un “El Dorado” que luego siempre le acaba estallando a la mayoría entre las manos (para beneficio de unos pocos).

De hecho, estas burbujas revientan incluso en fiebres del oro azuzadas por los propios minoristas (algunos de ellos que también son muy “listos”), y que con las burbujas salvajes de Gamestop y DogeCoin ya demostraron cómo en la era de las redes sociales la manipulación del mercado ya no es (lucrativa) cosa en exclusiva de esos grandes, que siempre han perseguido también exprimir de una manera u otra a los pequeños inversores. Aquí el pagano de turno siempre ha acabado siendo siempre ese sufrido ciudadano de a pie tan poco poderoso en solitario, pero cuya agregación popular le convierten en un suculento objetivo de especuladores grandes y pequeños al que poder sacudirle los bolsillos. Sí, esos pequeños inversores que siempre han representado el lado más popular del capitalismo, y que en su expresión más social en clave internet 2.0 han resultado demostrar cierto el sombrío escenario que ya les dibujáramos hace muchos años, vaticinando lo que acabaría sobreviniendo hoy.

Así pues, como decíamos, esa especulación salvaje y esas burbujas son susceptibles de recrearse en cualquier tipo de activos. Porque por algo alguien les puso ese significativo nombre. El problema viene cuando su actividad hace que estén irrealmente activos tanto en volumen como en precios. Y es que hay muchas veces en las que la bolsa y cualquier activo cotiza a unos precios que se apartan peligrosamente de los fundamentales y de esa realidad económica (la real) a la que en última instancia nos debemos, y que nunca debe dejar de servirnos de brújula. En el momento en el que una cotización alcanza cotas de irracionalidad insostenibles, alguien decide que ya es suficiente locura, y opta por ser el primero en hacer caja de la especulación inoculada, siendo a menudo los primeros en salir los únicos que sacan beneficios tangibles de cualquier “simpática” burbuja. El resto, a asumir pérdidas, a quedarse atrapado, y a esperar años para, con suerte, acabar recuperando el capital inicial.

No les debería estar contando nada que les suponga algo nuevo. Es la historia de la parte más oscura de la economía en dos pinceladas, y en la que burbujas y sobre-endeudamiento han ido siempre de la mano, especialmente en épocas en las que los acreedores nos inflan a base de créditos que no acabamos de necesitar, como está siendo en esta época de tipos ultra-bajos (o incluso negativos). Y no cometan el error de pensar que esto es tan sólo una tendencia avariciosa traída por el malvado capitalismo. Para nada. Se han visto fiebres especulativas en todo tipo de sistemas socioeconómicos del presente y del pasado.

Sin ir más lejos, las hemos visto también en esa sobre-endeudadísima China, inmersa desde hace años en una peligrosa burbuja de crédito e inmobiliaria que no acaba de estallar, pero de lo cual se va escapando por la mínima a base de manguerazos del todopoderoso estado comunista chino. Sin duda, a ello le ayuda que se trate de una economía hiper-estatalizada e intervenida al máximo, pero que puede acabar aterrizando por las bravas en cualquier momento. Las economías dictatoriales puede que sean capaces de mantener aparentemente el tenderete en pie durante más tiempo del que otorga el mercado en las economías de mercado, pero lo cierto es que en cualquier momento pueden sucumbir cuan castillo de naipes: a la historia me remito (sin ir más lejos, la propia URSS).

Y no sólo ha habido burbujas en esos “Tiempos modernos” que hoy por hoy le levantarían el sombrero al propio Chaplin. Es aquí donde les debo sacar a colación esa naturaleza humana de algunos que es la razón última detrás de toda especulación, y que ha hecho acto de presencia desde que el hombre es hombre, y desde que hay reservorios de valor con los que poder especular. De hecho, hace ya unos cuántos siglos que por ejemplo los holandeses sufrieron aquella espantosa fiebre de los tulipanes, sobre la que nos contaba el gran Galbraith en su obra maestra “Breve historia de la euforia financiera”. En este siniestro capítulo de la historia económica mundial, se vio cómo en el mercado holandés un simple bulbo de tulipán llegó a alcanzar un precio equivalente en la época al de una carreta tirada por dos caballos. Vamos, una barbaridad para una sola cabeza de una simple florecilla bulbosa como el tulipán.

Y no se vayan tampoco tan lejos, puesto que en suelo patrio también algunos tienen las manos manchadas de sangre en forma de papel moneda, y ya les analizamos en el pasado cómo la burbuja inmobiliaria española superó con creces a lo especulativo y lo absurdo de aquella burbuja de tulipanes holandesa. De las consecuencias de esa burbuja inmobiliaria española no les voy a hablar, todos la hemos sufrido y las conocemos de sobras, pero permítanme recordarles simplemente cómo los únicos que han pagado por la debacle subprime hemos sido los ciudadanos de a pie, y no hay responsables de verdad de todo aquel desmán entre rejas.

Y las burbujas se siguen sucediendo en la actualidad, y seguirán inflándose mientras que el hombre sea (no) hombre a la hora de invertir, tratando simple y premeditadamente tan sólo de enriquecerse a costa de los demás. Es algo que hemos vuelto a ver recientemente también incluso en esa colosal burbuja de Bitcoin que paradójicamente se suponía que traía bajo el brazo la “liberación financiera”, y que supuso en su momento otra burbuja de libro y la evidencia de que es un activo fuertemente manipulado a voluntad por una única mano fuerte, que exprime el mercado en su (oneroso) beneficio.

Y la última burbuja se ha inflado tras la explosión alcista del acero: que desempolven sus copas de colada

Una vez expuesto y recordado lo nocivo y lo generalizado de las burbujas económicas de cualquier tipo y sobre cualquier activo, entremos ya al tema de hoy, y que es la posibilidad de que haya una potente burbuja que se ha formado en una materia básica donde las haya: el acero. Y sí, el acero es una materia prima que puede afectar devastadoramente a todas las economías del planeta, pero especialmente a una economía como la española. Y es que ese héroe patrio que es Super López, también conocido como el hombre de acero, puede acabar perdiendo toda su fuerza porque su acero se acabe volviendo gordo y muy aparente, pero vulnerablemente blando y que se pueda desinflar en cualquier momento cuan castillo de naipes.

El hecho acontecido en los mercados de materias primas es que los operadores han asistido atónitos a presenciar el espectáculo de cómo el acero ha triplicado inconcebiblemente sus precios en apenas unos pocos meses, según informaba la CNN. A los más acostumbrados a las burbujas y a las especulaciones financieras “modernas”, tal vez esta revalorización en este plazo no les parezca ninguna cosa especial, pero lo cierto es que es algo alarmante, puesto que no olviden que ahí afuera está la economía real de la que todos comemos, y que los canales comunicantes y nexos de unión de una materia tan básica como el acero con esa economía de la calle son múltiples y muy fuertes.

Pero lo cierto es que, en el caso de esta tendencia concreta, independientemente de que los especuladores hayan hecho acto de presencia al ver el filón, el inicio de la tendencia ascendente sí que ha tenido sus buenos (o más bien malos) fundamentales. Porque el repunte inicial de los precios del acero ha venido motivado, de nuevo como criador de potenciales cisnes negros, por ese funesto Coronavirus que tantas desgracias socioeconómicas ha traído a nuestro mundo desde que les anticipamos aquel pronto 3 de febrero de 2020 la que se nos venía encima con la pandemia, y por lo que tuvimos que aguantar un chaparrón incluso de casi insultos.

El hecho desencadenante es que el parón económico al que nos forzó el virus hizo que las acereras tuviesen que cerrar sus plantas. Huelga decir que esas plantas de producción de acero son plantas industrialmente complejas y de reacción lenta: por algo se les denomina “industria pesada”. Así, tras la bajada de persiana, y con la oferta de acero mundial en mínimos pandémicos, sin embargo la demanda se recuperó rápidamente, y así la oferta no pudo seguirle el ritmo y las acereras no fueron capaces de abastecer el mercado a pesar de que les fuese en ello su negocio más básico. Ello ha provocado un fuerte e insoportable repunte de los precios hasta niveles altísimos, y algunos operadores de materias primas están incluso asustados: desde los mínimos de primavera de 460$ hemos pasado a los 1.500$ de hace unos días. Este nivel multiplica por tres la media de los últimos veinte años. Casi nada. Fíjense cómo será la cosa que incluso el Bank of America ha hecho sonar todas las alarmas sobre este tema. De hecho, son los expertos de este banco los primeros que no han dudado en denominar como burbuja a la tendencia de los precios del acero, especialmente por el hecho de que es algo de corto-plazo.

Es cierto que también la cotización de las acciones de las acereras se han disparado, y eso significan bonus y réditos para los directivos, pero en el propio sector están también alarmados por la situación, puesto que saben que una volatilidad tan brutal no es buen augurio de nada, y que toda industria se enfrenta a grandes riesgos al operar en un mercado con estas variaciones, especialmente cuando vive de producir nutriéndose de él para con sus materias primas. No son buenas noticias tampoco para el sector acerero mucho más allá del plazo de “corto rabioso”, que no da de comer más allá de unos pocos meses. Para colmo, cuando baja la marea este tipo de procesos a menudo deja un escenario mucho peor que el inicial para (casi) todos. De hecho, una evolución de precios así es insostenible, especialmente en una materia prima tan básica, y la pregunta que circula en el sector no es el si explotará la burbuja, sino cuándo lo hará. Y parece que será pronto, al menos si nos atenemos a que la capacidad de acero en breve habrá recuperado sus niveles pre-pandemia, y al menos el mercado estará más abastecido.

Y por cierto, ya que estamos hablando de metales, sacarles a colación que también hay carestía de otros importantes metales para los sectores productivos y para la economía real. De hecho, hace meses que les trajimos el tema de que no iba a haber suficiente capacidad de producción de cobre en el mundo para soportar la fiebre renovable que ya tenemos encima, y es ahora cuando aquel análisis se demuestra acertado al haber advertido la Agencia Internacional de la Energía que ya no hay suficiente cobre, litio y otros minerales utilizados como materias primas. Así se pone en riesgo la nueva ola verde que tanta falta nos hacía para combatir el sofocante cambio climático. Habrá que pensar de nuevo en soluciones de futuro alternativas, como esas hojas artificiales que les explicamos que consumen CO2 de la atmósfera con procesos de fotosíntesis artificiales, que podrían llegar a ser industrializados a bajo coste.

Pero no es acero todo lo que reluce, y aquí los chips también brillan (por su ausencia)

Así que, aunque el tema del acero sea muy relevante a nivel macro-económico, tampoco es el único entre las materias primas. Aunque realmente la del acero es una burbuja doblemente peligrosa, porque ya no es que sea como el cobre que podría no permitir el surgimiento de una economía verde que estaría por llegar (al menos con esa dimensión), sino que el acero impacta directamente y de manera muy importante en un amplio porcentaje del PIB que ya nos da de comer en la actualidad. Pero a menudo las cosas no son lo que parecen, y especialmente en economía hay que leer la letra pequeña de las cifras, y escudriñar las variables y tendencias sectoriales hasta donde sea posible (y hasta donde llegue la curiosidad). Tras esa labor casi forense, podemos decir que, aparte de los precios del acero, en la inflación y en el precio de los vehículos (especialmente en los de segunda mano) han influido otras variables igualmente muy relevantes macroeconómicamente.

Y es que, como les decía, el sistema socioeconómico es altamente frágil y volátilmente imprevisible (con especulación o sin ella), y es por ello por lo que siempre les decimos que es un sistema de los más complejos que nos rodean, y que es mejor tocarlo sólo con mucho cuidado y de forma controlada, porque sus cuasi-infinitas derivadas hacen que tenga una alta dosis de imprevisibilidad. Así, otra de las consecuencias muy dañinas que ha tenido la debacle vírica ha sido la carestía de chips electrónicos, esos “cerebros” en forma de pastilla de silicio que dan inteligencia y capacidades a cualquier aparato electrónico que se precie. Y ya no es sólo que los monten en aparatos puramente electrónicos, sino que ya les expusimos hace casi 10 años cómo esa tecnología y la electrónica siempre estaba llamada a imbricarse en todas las facetas de nuestras vidas (incluso hasta a nivel biológico con implantes neuronales). Así, de los chips dependen hoy por hoy todo tipo de industrias. De hecho, en una industria como la del automóvil, un solo vehículo puede llegar a llevar dentro muchos cientos (sino miles) de chips y sensores electrónicos.

Y ha sido precisamente por la muy dañina carestía mundial de chips por lo que ha podido suceder una burbuja pareja a la del acero, y que también está muy relacionada con el sector del automóvil: hay otra burbuja en la demanda de vehículos de segunda mano. Por si no lo sabían, actualmente hay muchas plantas automovilísticas que, a pesar de haber sobrevivido tras la devastadora pandemia e incluso haberse reinventado encomiablemente, ahora tienen que parar de nuevo su producción de automóviles. El motivo no es otro más que porque, una vez que los trabajadores pueden volver a los centros de trabajo, y que los compradores están adquiriendo otra vez vehículos nuevos, pues va y lo que no tienen ahora son chips para montar en los automóviles que producen.

Por resumirles cómo el mercado de chips ha llegado hasta esta situación, la pandemia no sólo interrumpió capacidad de fabricación y rompió cadenas de suministro, sino que cambió radicalmente la configuración del mercado. Durante el confinamiento, los chips que dejaron de comprar las automovilísticas fueron a parar a fabricantes de dispositivos electrónicos y de ocio en el hogar, que vieron su demanda disparada a causa del encierro del confinamiento. Y ahora las automovilísticas han vuelto con su demanda, pero los cambios en los hábitos de consumo hacen que siga habiendo una fuerte demanda de dispositivos electrónicos, con lo que la ecuación del mercado de oferta-demanda no casa, y hay un inevitable desabastecimiento con graves consecuencias para todos, especialmente para esas automovilísticas cuya producción es tan importante para el PIB español.

Y es que sin chips no hay coches, y sin coches… Pues sí que sigue habiendo demanda, porque un coche es un bien básico en las economías desarrolladas sin el cual muchas familias no pueden vivir. Así que los consumidores que necesitan adquirir un coche, pero acuden a un concesionario y le dicen un día tras otro el clásico “vuelva usted mañana”, lógicamente han posado su vista sobre el mercado de vehículos de segunda mano para hacerse con su necesitado vehículo. Esto no es un simple efecto colateral, sino que es todo un efecto digno de ser tenido en cuenta macroeconómicamente, porque el hecho es que una muy parte importante del repunte inflacionario que tanta polémica y miedo está levantando últimamente en los mercados viene del alza contundente del precio de los vehículos de segunda mano (al menos en EEUU).

La cosa está que arde en el sector acerero… Y también en todo lo que rodea al sector del automóvil

Por que se hagan una idea de cómo está la cosa, incluso esas compañías de alquiler que son de lejos el mejor cliente de los concesionarios de automóviles, están recurriendo a comprar coches de segunda mano para poder seguir poniendo en el mercado coches de alquiler. El tema es realmente muy serio y preocupante. Y expertos del sector auguran que la carestía de chips no tiene visos de remitir en el corto plazo, y dicen que puede que el mercado no se normalice hasta 2023-2024. Así que con la burbuja del acero, que al menos esa sí que tiene pinta de remitir bastante antes, no se acabarán los padecimientos actuales de nuestra industria nacional por excelencia (con permiso del turismo). Las automovilísticas van de mal en peor, y tras tener que hacer frente a ver triplicarse el precio de su materia prima más básica, ahora parece que van a tener que soportar parones intermitentes de producción durante una buena temporada (plurianual), que sólo irán retomando momentáneamente cuando les llueva del cielo (o más bien de Asia) un palé de chips.

Y esto son las (todavía) peores noticias para una España tan dependiente de las automovilísticas, y que ya se veía atenazada por las graves consecuencias económicas de la nefasta gestión de la pandemia, para mitigar la cual (antes de la llegada de las vacunas) realmente lo que hacía falta era una buena gestión preventiva como único factor de (relativo) éxito demostrado. Y eso por no hablar ya también de la extremadamente difícil situación del sector turístico, que ve cómo la ventana de esperanza que se había abierto para la temporada de verano de 2021 se desvanece también este año (otro más), y lo hace como consecuencia de los macro-brotes que tan fatalmente se han gestionado en este país a todos los niveles.

Pero esa mala gestión viene especialmente por parte de los que tan irresponsablemente han optado por darse a la fuga de ese nivel máximo de responsabilidad que les sigue correspondiendo ejercer. Y esto es y seguirá siendo así, por mucho que su productora cinematográfica trate desesperadamente de eximirle de cualquier obligación y responsabilidad para tratar de que salga indemne: creen estar produciendo una cinta comercial “redonda” para zafarse, sin darse cuenta de que sólo intentan lograr la cuadratura del círculo ante un pueblo estupefacto. Y la gente, que en un país desarrollado no es tonta (o al menos no tanto), ha dicho que ya basta de una vez por todas, y que “ya no cuela” ni una más.

El tema es que, a pesar de que por fin habíamos alcanzado un semáforo verde en las cifras pandémicas en las últimas semanas a ojos de nuestros turistas procedentes de otros países, los acontecimientos más recientes y otra mala e incompetente gestión han hecho que esos países emisores turísticos estén poniendo a España de nuevo en la lista de destinos prohibidos por su alto riesgo pandémico. Lo que nos faltaba. Casi que lo del acero va a resultar ser lo de menos…

Y a todo lo anterior (que no es ni mucho menos poco) hay que sumar el insostenible estado de la deuda soberana española, en el que realmente tampoco estamos del todo solos a nivel internacional (aunque es cierto que la situación española es doblemente dramática). No obstante, ya en tiempo de descuento, volvemos a insistir en que lo más probable es que todo esto acabe desembocando en otra temible crisis de deuda, ante la cual veníamos predicando (en el desierto) desde hace años que había que actuar antes de que llegase un cisne negro como el Coronavirus. Desde luego que, si alguien tuviese una hoja de ruta para destruir y romper España, la ejecución no podría estar siendo más impecable que con lo que nos ha caído encima.

Vamos, que ya no es que “a perro flaco todo son pulgas” (y pulgones), sino que es que hay escenarios en los que al perro ya ni lo vemos, y sólo se puede vislumbrar un auténtico y triste saco de pulgas que le han echado encima a paladas. Claro que las pulgas y las chinches sólo nos picarán al pueblo empobrecido, porque algunos privilegiados seguirán viviendo a cuerpo de rey (y de 5Js) a costa de una pobreza que sólo han contribuido a agravar (y mucho).

Fuente: elblogsalmon.com

Related News

La demanda de crudo sigue sólida, la oferta descarrila

¿Se puede prosperar en este entorno económico? De la adaptación al crecimiento